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  • Viejos Retazos (Cap3)

    Publicado el 4 04-06:00 agosto 04-06:00 2009 ingrid Ningún comentario.

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    3.- Revelaciones

    Watanabe se había alejado lo suficiente del campo de batalla, en dirección noreste, perdiendo de vista los lagos Kawaguchi y Sai. El caballo corría a toda velocidad pero pronto sus fuerzas menguaron; el animal necesitaba agua y comida. El lagarto de ojos amarillos se dió cuenta de esto y tuvo que tirar de las riendas.

    Mientras el animal tomaba su descanso en un riachuelo cercano, Yori había tomado el cuerpo de Oonishi y dejado descansar en el suelo. Aún tenía una sonrisa, se veía en paz. No pudo evitar que aquellas escenas volvieran a su mente, podía ver a la perfección a Udo arrodillarse frente a Zeyu, dando a entender que la situación era igual de dolorosa para él, para los lagartos. Oonishi siempre había tenido un sentido del honor muy grande, haciendo que recibiera bromas por parte de sus compañeros, diciéndole que estaba en el clan equivocado. Quizás era cierto. Si hubiese sido lobo ahora no estaría muerto, quizás lo hubiese matado en el campo de batalla.

    Sus ojos volvieron a nublarse, Watanabe se acercó al rostro de su compañero caído y apoyó su frente en la de él. Era un llanto amargo, lleno de dolor. Le habían quitado algo de él, nuevamente; el sentimiento y las sensaciones eran parecidas a cuando Aiko había fallecido. A pesar que no había conexión alguna de sangre entre ellos dos, habían sido como hermanos, hacían muchas cosas juntos, entrenaban, reían y se decían las cosas. También hubieron momentos de rabia, frustración y tristeza, pero podían aguantan la adversidad juntos. Ahora eso había desaparecido.

    «Tú me protejes, yo te protejo. Lo lamento mucho Oonishi, no pude protegerte esta vez» Acarició su rostro con la mano derecha y luego abrió los ojos repentinamente, recordando lo que le había encargado unos días antes.

    Aquel encuentro había ocurrido antes del campamento en Fuji, cuando recién se preparaban para afinar los últimos detalles. Oonishi se encontraba solo con Watanabe, caminaban por los jardines de la casa Kyochiboku. Toda la gente se movía de aquí para allá, los alumnos estaban nerviosos, los caballos eran preparados, pero ellos dos parecían como si vivieran en un Japón en paz. Udo llevaba su sonrisa de siempre, miraba el cielo y éste se reflejaba en sus ojos negros. Watanabe rió entre dientes y ladeó la cabeza, algo sorprendido.

    «¿Qué te hace tan feliz, Udo?» Ambos tenían el mismo gesto para caminar, llevaban las manos tras la espalda.

    «Por fin ha llegado el día» Dijo sin despegar la vista del inmenso cielo azul «Se puede sentir en el aire» Cerró los ojos y aspiró suavemente; aquella brisa acarició su rostro gentilmente.

    «Es cierto, por fin ha llegado la hora de batallar contra aquel clan» Oonishi escuchó a Watanabe y negó con la cabeza. No se refería a eso en lo absoluto.

    El lagarto de ojos amarillos se quedó en silencio y se rascó la cabeza, algo confundido. Oonishi rió con fuerza «Mi amigo, siempre tan entusiasta cuando se trata de batallas» Hizo una pausa, se refregó los labios y el mentón, deteniendo la marcha y colocándose frente a él. Eso no era una buena señal, según Hideo.

    «Necesito que me hagas un gran favor, pero primero necesito que tomes asiento» La intriga crecía más y más en él, y como siempre, no se reflejaba en su rostro, pero si apretó el labio.

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    Pasearon por uno de los puentes en el jardín y se dirigieron hasta algún lugar donde nadie los interrumpiría. Una vez que se sentaron cerca de una fuente llena de peces, Oonishi dejó un gran silencio, mientras que Watanabe se alzaba de hombros y luego lo miraba al rostro.

    «Bien, dime» Exigió, su ceño estaba más fruncido que antes.

    «He guardado un secreto durante años, y bueno, tú sabes que vacilo bastante cuando se trata de decir verdades, no encontré nunca el momento para decírselo a alguien» Metió la mano por entre su ropa, buscando un objeto pequeño. Watanabe arqueó una ceja, pensando en qué podría haber ocultado, sin quebrar su voluntad. Era una situación muy extraña.

    Finalmente el hombre de canas le extendió una moneda de oro. No era cualquier moneda, era un diseño antiguo y tenía un emblema. Al parecer era un mono de las nieves. Watanabe lo observó y alzó ambas cejas, preguntando qué era el objeto.

    «Esto es para Keisuke» Acotó, en sus manos llevaba una nota pequeña, muy antigua, escrita a tinta «Su padre me lo entregó antes de morir»

    «¿Conociste a Ito Chuugo?» Su sorpresa era aún más marcada en su rostro.

    «Sí, lo conocí cuando era joven, jamás me hubiese imaginado que conocería al hijo también. Lo importante, Hideo, es que Ito Chuugo no es su padre real, esta moneda, este emblema perteneció a un ancestro de la verdadera familia de Keisuke. Esta nota fue escrita por uno de los samurai de antaño, cuando aún no existían los clanes. La línea de la familia de Kei-kun es de guerreros que conocemos sólo gracias a la historia. Ito-san quiso que yo le dijiese esto sólo en caso que su guardián muriera»

    Yori se rió, aunque estaba bastante preocupado por sus palabras.

    «¿Acaso tú eres su guardián?» Preguntó en tono de broma, pero la seriedad con que Oonishi lo había visto, había sido suficiente para tomarlo con el real peso que merecía.

    «Watanabe, estoy hablando muy en serio. Si yo muero en el campo de batalla-»

    «¡No vas a morir!» Interrumpió ahora bastante fastidiado. Oonishi soltó un suspiro y colocó su mano en su hombro, pidiendo con la mirada que lo dejase hablar.

    «Si yo muero en Fuji, no quiero pasarte la responsabilidad de mantener el secreto, si no que quiero que le digas. Keisuke merece saber la verdad. Su padre lo está esperando»

    «¿Está vivo?» Fue su única pregunta. Oonishi solamente asintió.

    Watanabe recogió la moneda entre las ropas del cuerpo de su compañero caído, al igual que la nota. No sabía como se lo iba a decir, o cómo iba a explicarle la historia. Lo único que tenía en mente es que Ito tenía que recibir el objeto y saber sus orígenes, al igual que buscar a su verdadero padre. En esos momentos, Watanabe sintió una gran presión en el pecho. Ito Keisuke iba a ser el más afectado con la noticia. Oonishi era como un padre para él desde que Ito Chuugo había fallecido años atrás. Cuando hablaban más intimamente, le llegaba a decir ‘Otosan’. Ito siempre se justificaba diciendo que se confundía, pero eran sus verdaderos sentimientos. A su vez, Oonishi siempre lo trató de manera más paternal que a los demás.

    «Va a ser difícil» Se dijo para sí, refregándose la cara.

    No podía cargar más con el cuerpo de su compañero. En su semblante podía ver que pedía descansar. Además, su caballo no podría con el peso, si es que quería volver a Sai. Observó los árboles, y luego, miró hacia las montañas, que estaban encima de ellos. Ese era un lugar tranquilo y hermoso. Luego recordó su familia, y sus compañeros. Ellos merecían decirle adiós y cremarlo. Watanabe estaba en un verdadero dilema. Afortunadamente, había sido curado por un extranjero con anterioridad, así que no estaba en peligro -al menos- de unirse a su compañero, aunque lo quisiese.

    «Udo, por favor, ayúdame»

    Gracias al cansancio, Watanabe se quedó dormido junto al cadáver, en la misma posición. Pasaron un par de horas, el cielo estaba oscuro por las nubes, anunciando la lluvia. Un estruendo despertó al de ojos amarillos. Estaban en movimiento. Era una carreta que llevaba paja y algunas provisiones. Un campesino junto a un niño estaban al frente, mientras que otro joven estaba cuidando los cuerpos. Watanabe tomó asiento, sintiendo un dolor punzante en su cabeza, a lo que el joven respondió con un grito.

    «¡Papá, está vivo!» Gritó, a lo que el campesino volteó y detuvo la marcha.

    Luego de muchas disculpas -y de haberse salvado de una cremación y que le quitaran las armas- el campesino lo dejó en el lago Sai. Le regaló paja para que hicieran un funeral apropiado. El cuerpo fue depositado en la cercanía de las tiendas, junto con el regalo de aquella familia. Watanabe caminó lento, tratando de demorar el suceso. Sabía, sin embargo, que sus compañeros ya se habrían enterado de la noticia, puesto que Nakamura lo había visto todo. Se escuchaban algunas discusiones y de una de las tiendas, salió primero Ito, luego Yamada, seguido por Miyake y Sato. Más atrás se encontraban Nakamura y Kobayashi.

    Keisuke, con toda la rabia que podía demostrar, se aventó contra Watanabe, sin lograr botarlo, pero si moverlo con ambos brazos. El joven de cabellos largos le gritaba y lo culpaba por los hechos.

    «¿¡Por qué no le ayudaste!?» Sus ojos estaban rojos y a punto de estallar en llanto «¡Él lo hizo por ti! ¿¡Por qué no detuviste a esa perra!? ¡Eres un desgraciado!»

    Watanabe sólo cerró los ojos, merecía eso y mucho más. Él había dado la orden principal, además que dejó que Yura le hiciese esa herida mortal. Era su culpa. Ito siguió gritando, y golpeaba con sus puños cerrados el pecho del más alto. De improviso, le dió un puñetazo en la cara y finalmente cayó rendido por el dolor en el piso, arrodillado, gritando por la pérdida. Yamada fue a socorrer a Watanabe primero, pero él nego.

    «Ayuda a Ito, él te necesita más»

    Tanto Miyake como Sato trataron de hablarle, pero Watanabe sólo los dejó atrás, y entró en la tienda bastante molesto, y con un terrible pesar. Nakamura fue el primero en aproximarse, quedando de pie a una distancia prudente de su compañero.

    «Watanabe, sé que debí esperar pero-»

    «¿¡De verdad piensas eso!?» Contestó enojado, con un tono sarcástico. Sus manos temblaban y se llevó una al rostro «Lo lamento, no puedo, no puedo…»

    Kobayashi entró, mirando primero hacia afuera, donde los demás se encontraban y luego volvió la vista a los dos que se encontraban allí.

    «Todos estamos preparados para morir» Alzó los hombros como si nada «Oonishi también lo estaba. No sé porque se sorprenden. Lo único lamentable es que murió a manos de una mujer» Prendió un cigarro, riéndose entre dientes y le dió una calada a éste. Watanabe sólo escuchaba.

    «Una mujer cobarde» Agregó Nakamura escupiendo en el piso «Pensé que los lobos eran los que se mantenían apegados al código Bushido»

    Watanabe alzó la vista, su atención había sido capturada por aquel comentario.

    «Es cierto. Ella no se saldrá con la suya, su clan no apoya ese tipo de actos» Dijo Watanabe con algo más de alivio «… aunque tampoco planeaba quedarme con los brazos cruzados. Todo esto fue mi culpa, tengo que arreglarlo de algún modo» Se puso de pie y los miró, pidiendo permiso para salir.

    «Necesito hablar con Ito a solas, ustedes quédense aquí y retengan al resto»

    Keisuke aún se encontraba en el suelo llorando, golpeaba el piso sintiéndose impotente por no haber estado en ese preciso momento para ayudar a Oonishi y dar la vida por él. Watanabe se quedó de pie por unos instantes y luego se agachó para ver a Ito.

    «Voy a matarte si te quedas aquí…» Amenazó sin mirarlo al rostro.

    «Lo merezco, pero por favor, Keisuke, necesito hablarte de algo importante, algo que Oonishi quería que supieras»

    Inmediatamente alzó la vista, se quitó el cabello del rostro y se sentó. Tomó aire para aguantar las ganas de descuartizar al de ojos amarillos.

    Reveló todos los detalles que Udo le había dicho, contó la historia fielmente para que al más joven no le quedaran dudas. En un principio Keisuke no le creía, se mostraba escéptico, pero pronto sus dudas se disiparon al ver el amuleto que Watanabe traía consigo. Recordaba aquel símbolo cuando era muy pequeño, en la espada de un guerrero y en la bandera. Lo tomó con cariño, al igual que la nota.

    «Tu padre te está esperando. Cuando estés listo, él te recibirá»

    El silencio los invadió por unos instantes, pero pronto Ito abrazó con fuerzas a su compañero, dándole las gracias por darle aquella información y, de algún modo, pidiéndole disculpas por haberle dado la espalda por la rabia y frustración.

    «Voy a extrañar a Oonishi-san» Keisuke se aferró al mayor de una manera sorpresiva para el más alto, y aunque no era dado a los abrazos ni a las grandes muestras de afecto, Watanabe le respondió.

    «Yo también lo extrañaré» Una lágrima se escabulló por su rostro al decir esas palabras que provenían de lo más profundo de él.

    En la tienda, todos estaban atentos a sus caras. Se miraban con desconcierto, con extrañeza. ¿Qué serían de ellos? Ya no podían llamarse los Ocho Letales, ya que un miembro importante había fallecido. ¿Seguirían juntos? De cierta forma, nunca se esperaron la muerte de alguien, puesto que eran muy unidos.

    «Mierda, perdí dos dedos en el pie» Comentó Kobayashi mirando su pie sangrar. Aquella intervención alivianó el ambiente.

    «Hay doctores en las otras tiendas, anda allá» Le dijo Sato «¿Necesitas ayuda?»

    «No, voy solo» Kobayashi salió para atenderse esa herida, y los demás quedaron en silencio. Miyake ya se había descargado de su rabia, pero aún le quedaba, se podía notar en su expresión. En ese momento, Yamada decidió hacer algo de té para los demás. Así también se distraía.

    La intervención en el pie de Montaro no fue tan larga, y al menos no perdería la mobilidad ni el equilibrio, ya que no había sido su pulgar. Antes de volver a la tienda, encendió otro cigarro y se quedó fuera de esta por unos momentos.

    «No pensé que Oonishi iba a ser el primero» Yamada estaba tratando de no quebrarse, pero se llevó ambas manos al rostro y explotó en llanto. No era solamente la pérdida, si no que no se hubiese esperado que la señorita Yura, la misma que había conocido en Kobe, pudiera ser capaz de hacer algo así. Sentía tristeza y una gran decepción. Sato se sentó a su lado y lo consoló de alguna manera.

    «Oonishi fue valiente de todos modos. Nadie hubiese sido capaz de pedir disculpas, siempre fue una persona honorable y con sus principios muy definidos. Si bien no pudo defenderse, murió con el honor limpio y con la consciencia tranquila»

    Yamada se apaciguó «¿Por qué la gente buena muere? Kobayashi no es así, él debió haber muerto»

    Montaro sonrió, aún estando afuera de la tienda, y apretó el cigarrillo con sus dientes. No se sorprendía de aquel comentario, no era un tipo limpio, pero tampoco se lo esperaba de sus compañeros. Menos del menor.

    «¡No digas eso Yamada!» Corrigió inmediatamente Sato «Él es nuestro compañero y debemos protegerlo al igual que Oonishi o cualquiera de los demás»

    El hombre de los cigarros entró, haciendo callar a todos. No hizo comentario alguno, no le interesaba.

    Una vez que Watanabe e Ito terminaron su conversación, entraron también a la tienda. Todos estaban cansados, recuperándose de sus heridas y afectados por la noticia. De todas formas tenía que decirles.

    «Compañeros, esto no ha terminado» Anunció Watanabe, todos se quedaron extrañados «Recién hemos comenzado con la batalla»

    Continuará…

     
    *Nota: Esta historia y estos personajes no me pertenecen (Ingrid) La dueña y creadora de tanto historias y personajes es Glow Naif  (mi capitán XD). Espero que hayan disfrutado de esta lectura.
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  • Viejos Retazos (Cap 2)

    Publicado el 25 25-06:00 junio 25-06:00 2009 ingrid Ningún comentario.

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    2.- Los cinco lagartos de Gifu

    Había un grupo de gente alrededor del alumno caído, que miraban con admiración la distancia la cual el joven Watanabe había lanzado a su contrincante, Toshi Nakamura, quién ahora yacía en el suelo.

    «¡Ya dejen de mirarme!» Exigió con furia el joven Nakamura, que volvía a ponerse de pie, mirando a Hideo desafiantemente.

    «¡Me las pagarás!» Aquel joven tenía un terrible temperamento. Era una de sus debilidades y Watanabe lo sabía perfectamente. Él sólo lo lanzaba usando la fuerza que poseía Nakamura, pero además ejercía un poco más para darle un escarmiento. Con anterioridad aquel compañero le había querido jugar una broma. Nadie se iba sin pagar.

    «¡Qué buen movimiento, Watanabe-san!» Se acercó uno de los alumnos más jóvenes, Arata Yamada. Lo veía como un mentor, casi como un padre y eso a veces incomodaba al mayor de ojos amarillos. Watanabe lo único que hizo fue saludarlo con una pequeña sonrisa.

    Luego del entrenamiento, Hideo salió del gimnasio y se reunió con sus compañeros de kendo y aikido, que también eran sus amigos: Joben Miyake, Udo Oonishi y Kioshi Sato. Ellos cuatro les gustaba llamarse ‘Las 4 Serpientes de Gifu’; un nombre quizás no muy original, pero que todos disfrutaban. Todos tenían entre los 18 y 24 años, siendo Oonishi-san el mayor, seguido por Watanabe.

    Era hora de almuerzo, cuando Yamada se acercó a ellos. Era apenas un chiquillo de 10 años, pero tenía mucha habilidad y su cuerpo delgado y débil era sólo su apariencia.

    «¿Puedo unirme a su club?» Preguntó el joven, sentándose inmediatamente al lado de Watanabe, quién se refregó la cara con la mano.

    Oonishi-san era bastante abierto a cualquier tipo de cosa, pero Miyake-san y Sato-san eran más recelosos, siendo el primero con el mayor carácter.

    «Somos las cuatro serpientes de Gifu, si tú entras, ya no seremos cuatro» Dijo con tono de obviedad el joven Miyake. Su mirada castaña observó al enjuto pequeño con ojo crítico.

    «Ehh, ¿Que piensa Watanabe-sama? ¿Crees que se merezca una prueba de iniciación?» Preguntó Sato observándolo con una sonrisa. Ya lo molestaban dentro del grupo, llamaban a Yamada como la cola del lagarto Hideo.

    El jovencito lo observó con ojos suplicantes y la única reacción que obtuvo de Watanabe fue el poner una cara de ‘Aléjate de mí, insecto’.

    «El cuatro es de mala suerte» Apuntó el joven Yamada «Si somos cinco, será mucho mejor» Para ser niño, pensaba bastante.

    «Eso es cierto» Watanabe se refregó la barbilla y luego golpeó su muslo a modo de determinación.

    «Bien, si le das una patada bien dada a Nakamura, te dejamos entrar» Toshi Nakamura era uno de los alumnos más grandes y con peor temperamento. Todos sabían que él único que le hacia el peso era Watanabe.

    «Neeee» Yamada comenzó a vacilar, pero luego se levantó, y con una determinación tremenda, fue hasta el gimnasio a darle un escarmiento.

    Miyake rió fuertemente, Oonishi negó con la cabeza, y Sato le dió unas palmaditas a Watanabe.

    «Es la mejor prueba que has escogido hasta el momento, eh, Watanabe» El joven de ojos amarillos miró hacia atrás, en dirección al gimnasio y vió como Yamada citaba al patio al gran Toshi Nakamura, quién era el triple de tamaño. Los cuatro miraron como Nakamura se ponía rojo de furia ante las ofensas que no podía oír y luego, Yamada dió un tremendo salto, se colocó tras Nakamura y le pateó el trasero tan fuerte que el gigante llegó a gritar. Las cuatro serpientes rieron hasta las lágrimas, sobretodo Miyake y Sato.

    El jovencito salió corriendo en dirección hacia ellos y los cuatro se levantaron.

    «¿Cómo lo hice?» Preguntó el niño sonriente.

    «Excelente, pero ahora tenemos que correr» Rió Oonishi y lo tomó del brazo, para escapar de las garras de Nakamura y sus amigos.

    «¿Entonces soy la quinta serpiente?» Volteó a ver a Watanabe

    «No, eres el quinto lagarto. Ahora somos los cinco lagartos de Gifu» Le sonrió y Yamada no podía estar más feliz.

    watanabeyamada

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  • Viejos retazos

    Publicado el 17 17-06:00 mayo 17-06:00 2009 ingrid Ningún comentario.

    Capítulo I

    Un adiós inesperado

    El brillo en sus ojos desapareció luego de dos días agónicos provocados por la intensa fiebre. El hermoso rostro de aquella maravillosa mujer -su compañera, su mujer- que siempre había tenido un tono saludable y rosado, ahora estaba pálido, frío, muerto. La vida la había abandonado y ahora era una muñeca.

    Su esposo tenía su mano tomada con fuerza, no la quería soltar, pero el médico de la familia depositó su mano en su hombro, despertándolo de aquel trance, de aquel sueño en que aún veía el brillo de su sonrisa encantadora, de sus ojos alegres y de su hermosa manera de ser. La verdad lo azotó y destruyó completamente, pero su rostro no lo mostraba. Se mantuvo calmo y acogió a su hijo, quién estaba a los pies del futón, observando la escena sin entender nada. Aun así, se encontraba feliz: Su mamá ya no estaba sufriendo ni gritando, eso estaba bien. ¿Estaría dormida?

    Watanabe Hideo llevó a su hijo hasta la sala principal, donde estaba el resto de la familia esperando la devastadora noticia. Lo entregó a una de los parientes de Aiko, una tía que adoraba el chiquillo. El doctor apareció un momento después, y dió el aviso con mucho pesar.

    Aquel hombre desapareció inmediatamente de la casa, y aunque muchos quisieron seguirlo, no podrían: Hideo los alejaría con su katana si hubiera sido necesario. Comenzó a acelerar el paso, pensando en todo lo que había ocurrido aquella semana. Había tenido muchos encuentros con gente que quería verlo muerto, había batallado incansablemente sólo para tener la rencompensa de ver a su mujer y su hijo al atardecer; ahora todo aquello parecía sólo un cuento, un sueño.

    Llevaba el semblante aparentemente tranquilo, sus ojos amarillos estaban encendidos con rabia, pero no había expresión alguna en su rostro. Pronto abandonó la parte poblada de Tsu, y llegó después de un par de horas, a un lago cercano. Habían algunas embarcaciones de pescadores y otros campesinos recogiendo algunas hierbas que crecían en las orillas.

    Su corazón latía fuertemente, casi como si pudiera romper su caja toráxica y salirse de su cuerpo. Se acercó al agua y mojó sus pies. No era la única parte empapada: Sus ojos se nublaron, su mirada fue cubierta por una gran cantidad de lágrimas, las cuales fueron liberadas junto con un doloroso grito -que había estado retenido por días- el cual llegó a asustar a los animales que yacían cerca de él.

    Culpó a los cielos, a las circunstancias, al doctor, pero por sobretodo a sí mismo. Si hubiera tenido su arma, ya se hubiera quitado la vida. Gritó con fuerza, con rabia, con angustia. Cuando sus fuerzas lo abandonaron, Hideo se dejó caer allí, sin importar que parte del lago cubriera su cuerpo. Su rostro se enfrentaba al cielo, el cual era el único real testigo de sus llagas. Estaba incompleto, algo lo abandonó esa misma tarde.

    Estuvo en silencio por horas, hasta que la noche lo encontró en el mismo lugar. Su cuerpo estaba frío y sus ropas mojadas. Sus ojos ya no estaban rojos, las lágrimas habían desaparecido.

    «Aiko estaría decepcionada. No puedo dejarme abatir» Susurró inexpresivo y llevó ambas manos a su cabeza. Le dolía.

    «El dolor pasará…» O al menos eso esperaba. La amaba demasiado que pensaba que ella se había llevado su alma junto con ella. Ebisu debía estar preocupado por él.

    «Ebisu» Una sonrisa se dibujó luego de muchas semanas. Parecía que la alegría lo había abandonado, pero ahora la estaba recuperando. Era fuerte después de todo, o al menos la encontraría en alguien más. Ese era su hijo.

    hideo

     Autor: Glow Naif

  • Los ocho Letales…

    Publicado el 16 16-06:00 mayo 16-06:00 2009 ingrid Ningún comentario.

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    Desde hace tiempo he comenzado a jugar rol, el nombre del rol es «Japón Meiji», lo que me gusta de ese juego son sus personajes.

    Hideo Watanabe es un hombre bastante serio y paternal. Es un personaje que inspira mucho, de todas formas aquí les dejo la imagen de los personajes para que los vean.

    Si obtengo permiso publicaré aquí sus historias.

    La autora se llama Tania B.  pero también es conocida como Glow o como la he llamada con anterioridad Capitán.  Espero disfruten de este su arte.

    ocholetales

    De izquierda a derecha, primera línea:

    Oonishi, 43 años, Libra. Es el mayor de todos y también el más maduro (Corrige a los demás, casi como si fuera su padre). Posee una personalidad calmada, conciliadora y bastante fácil de llevar, además de ser muy agradable. Es conocido como «La consciencia del grupo» y su técnica es sútil pero efectiva.

    Watanabe, 41 años, Capricornio. Creo que ya lo conocen bastante bien jaja. Es el más serio de todos, y el más tradicional y absolutista. Es difícil que cambien su opinión. Su técnica es más bien directa y rápida.

    Nakamura, 40 años, Aries. Él más impulsivo, testarudo y violento de los Ocho Letales. Se introdujo al grupo como el rival de Watanabe, y gustaba dar escarmientos a los que lo rodeaban. Es rudo, descortés y pierde la paciencia con rapidez. Su técnica es brutal y muy improvisada.

    Yamada, 28 años, Piscis. El niño prodigio, como es conocido en el grupo y también en su escuela, es el más joven de los Ocho Letales pero posee bastante habilidad innata, que lo pone al nivel de sus compañeros. Es complaciente, servidor y muy alegre. También es «La sombra de Watanabe», porque lo sigue a todos lados. Su técnica es complicada y única -por lo que es difícil que los oponentes lo imiten-

    Segunda línea, de izquierda a derecha:

    Miyake, 39 años, Leo. Es el más revoltoso y mujeriego, además del integrante con más personalidad del grupo. Es bastante protector con sus compañeros y también él que goza de fiestas y salir con ellos. Gracias a él, la mayoría del grupo encontró esposa. Su técnica es muy veloz y también muy llamativa.

    Kobayashi, 38 años, Escorpión. En un principio, los demás se mostraron reacios a dejarlo entrar en el grupo, puesto que era conocido por su extraña manera de ejecutar sus técnicas, además de lo sanguinario que era por ninguna razón. Fue el último en ingresar a los Ocho Letales. Es de sangre fría, analítico en su trabajo y muy obsesivo con lo que desea. Es bastante impredescible, por lo que su técnica puede variar, siempre dejará eso sí, su sello bien marcado.

    Sato, 33 años, Tauro. El mejor amigo de Miyake -son inseparables- y uno de los más persistentes del grupo. Posee un gran cariño por sus compañeros aunque es muy reservado para cuando da su opinión. Tiene tres casas en diferentes ciudades, para hacer feliz a su mujer. Su técnica es constante, así cansa a su oponente.

    Ito, 30 años, Acuario. El niño bonito del grupo (Nakamura piensa lo contrario). Es sutil, ingenioso y muy amistoso, aunque se lleva mejor con Oonishi. Las mujeres se pelean por él, y el grupo ha tenido que separar a las chicas para que no se maten. Tiene una debilidad por las mujeres provenientes de China. Su técnica incluye el uso de todos los recursos que estén a su alrededor.

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    Glow… por que tu arte y tu imaginación son únicos.

     

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